miércoles, 3 de septiembre de 2008

Un cuento de Bocaccio - Novena Jornada - Narración sexta - El Decámeron. (Fragmento).

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Y en este desaguisado, y habiendo Pinuccio reparado en todo, parecióle que el hombre ya dormía, y son sigilo se levantó y, yéndose a la cama donde dormía la joven, se puso a su lado; y ella. aunque con temor, le recibió contentamente y ambos se aplicaron al placer que deseaban. Y estando así Pinuccio con la moza, una gata hizo caer unos objetos; la mujer lo sintió y despertó y, temiendo que fuese otra cosa, se levantó a oscuras y fue hacia donde oyera el ruido. Adrián, que no se había fijado en aquello, levantóse para realizar una necesidad natural, y topó con la cuna puesta por la mujer. Y, como no le dejaba pasar, , la tomó y la puso junto al lecho donde el dormía. Una vez ejecutada su necesidad, se dirigió a su camastro. La mujer, tanteando, halló que no había caído nada de valor, y, sin encender, riñó a la gata y otra vez a tientas se encaminó al lecho de su marido, pero, no hallando la cuna, se dijo: "¡Pobre de mi, lo que hacía! A fe de Dios que me iba en derechura a la cama de los huéspedes." Y , adelantándose un poco y dando con la cuna. se acostó en el lecho que al lado había, y que era el de Adrián, creyendo acostarse con su marido. Adrián, no dormido aún, la acogió con alegría y, sin palabras, llenó el pote, con gran placer de la mujer. Y así estando, Pinuccio temió que le sobreviniera el sueño estando con la joven, y como ya había tenido el placer que deseaba se levantó para dirigirse a su lecho y dormir, y al topar con la cuna creyó que era aquel el lecho del ventero, por lo que siguió algo adelante y con el ventero se acostó. Despertó este último al sentir a Pinuccio, y éste creyendo estar al lado de Adrián, dijo:
- En verdad te digo que no hay nada tan dulce como Nicolasa. ¡Cuerpo de Dios, que he tenido con ella mayor deleite que con mujer alguna, y te digo que seis veces he tocado el cielo con las manos, desde que me aparté de aquí!
Oyó el huésped sin gran agrado estas noticias y se dijo: "¿Que demonios hace este aquí?" Por lo que, más mohíno que bien aconsejado, dijo:
- Grande ha sido tu villanía, Pinuccio, y no sé porqué habías de hacerme eso, pero por el cuerpo de Dios, juro que me las pagarás.
Pinuccio que no era demasiado discreto, reparó en su error y, en vez de procurar enmendarlo, repuso:
- ¿Cómo te las pagaré? ¿Qué puedes hacerme?
La mujer del ventero, al oirles, dijo a Adrián, suponiéndole su marido:
- ¡Ay! Nuestros huéspedes se han trabado en palabras.

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